Ya viene el mundial, faltan horas. Mucha expectación. Un torneo que emociona a millones, millones le seguirán desde locales públicos y muchos mas en la seguridad del hogar. Las señoras esta desde ya juntando paciencia pues les fusilarán sus programas favoritos, porque la cosa funciona las 24 horas del día, entre partidos, comentarios y noticias. Además de la publicidad que tambien se arropa con el evento. Menos mal que tenemos Internet que nos permitira escabullirnos de esta locura.
Desde pequeño me apasionaba el futbol, en mi pueblo, en Los Andes, en Aconcagua, en Chile. Pero jugarlo, en el liceo, en la calle, en la cancha, en el pasillo. Con pelota de cuero, de goma, de trapo echo de medias viejas y hasta con una vieja lata de conservas. Escucho la voz de mi madre: que le paso a tus zapatoooos, niñooo!! llenos de tierra, descosidos, pelados en las punteras, y la suela como lengua burlona. Eran momentos gloriosos de goles y goles, patadas y puñetes tambien. Siempre ganaba el mejor. Tres nombres de equipos gloriosos, el Colo, la Chile y la Católica. Antes de iniciar nos identificabamos.
Pero a mi siempre me fastidiaron las transmisiones radiales, los comentarios de los viejos y las terribles discusiones de los pequeños fanáticos, que en medio de la pasión deportiva generalmente terminaban con un ojo en morandé o la nariz con chocolate. Era para mi lo peor del deporte, el deporte de masas, el de espectáculo, el comercial. Preferí siempre la pichanga escolar o la del barrio. Ya mas grande, las pichangas en el campo, esas en las que se jugaba el chuico de vino y a veces el asao. Ese sí era deporte!.
Estoy ahora acumulando paciencia para soportar la gritadera golera que nos aturdirá por un mes. Además del estruendo de los fuegos artificiales y los tumba ranchos.
Menos mal que existes Internet
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