domingo, 11 de diciembre de 2011

IGLESIA, PODER POLÍTICO Y LAICIDAD
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"El derecho a la libertad de conciencia no es un precepto religioso sino laico. Laicidad no equivale a irreligiosidad o ateísmo. Los cristianos debemos defenderla como garantía de la libertad de conciencia y de creencias". Estas ideas sustentan el mensaje oficial del 28º Congreso de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, clausurado la pasada semana en la sede central del sindicato Comisiones Obreras en Madrid.
El mensaje oficial del congreso de los teólogos españoles expresa que "la ética es laica, fruto de la razón humana y expresión de la conciencia individual y social". También afirma que "la laicidad tiene una relación vital con la secularización" y que "a la Iglesia [católica] no le compete indicar o definir el orden político de la sociedad".
"El Estado tiene todo el derecho a defender su autonomía y libertad a fin de no convertirse en rehén de la jerarquía religiosa. Sin embargo, laicidad no significa que el hecho religioso debe replegarse al ámbito privado, renunciando a toda presencia en la vida pública", añaden.
Estos son los discursos, pero los hechos hablan con un mensaje diferente. "Las religiones no han salvado nunca al mundo, han sido siempre motivo de división. La idea de un dios ha sido utilizado como excusa para los delitos más crueles y como instrumento de prevaricación sobre los más débiles", alega en una entrevista del madrileño diario El País Ermanno Olmi, uno de los grandes directores actuales del cine italiano, que se dio a conocer en 1978 con El árbol de los zuecos, fresco coral de la vida de los humildes en la Italia rural, con fuertes connotaciones religiosas, que le valió la Palma de Oro en Cannes. Asimismo segura que "la Iglesia ha permitido que Dios se utilizara como instrumento de poder. Son los famosos sacerdotes del templo...".
Debemos recordar que la Iglesia no se ha instalado en la modernidad hasta el Concilio Vaticano II, en el que por fin reconoce la libertad de conciencia con todas sus consecuencias. Empero, lo más significativo de este último medio siglo es que una buena parte de la jerarquía ha ido distanciándose de los postulados básicos del Concilio, como si renunciar a los privilegios provenientes del poder político implicase el resquebrajamiento de su estructura interna. Más que confiar en la ayuda del Espíritu Santo, la Iglesia prefiere asegurarse la del Estado, escribe Ignacio Sotelo, catedrático excedente de Sociología, en una tribuna publicada en el citado periódico.
Sólo cuando la Iglesia acepta el pluralismo implícito en el reconocimiento de las libertades y derechos humanos fundamentales -Pío VI condenó como "apostasía nacional" la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (1789)- puede decirse que ha asumido la democracia, dispuesta a convivir en un mundo en el que muchos no comparten sus valores y "verdades". En todo caso, al igual que los demás ciudadanos e instituciones religiosas y civiles en una democracia, la Iglesia tiene garantizados libertades y derechos, sin que pueda sufrir persecución alguna, a no ser que, como a menudo ha ocurrido en el pasado, y sigue sucediendo hoy en Paraguay, llame "persecución" a ver cercenados privilegios heredados que no encajan en una democracia, necesariamente, recalco, pluralista y laica.
Habrá que recordar a la jerarquía eclesiástica y a sus fanáticos seguidores que el Estado de derecho, tal como lo construye la ciencia jurídica alemana del siglo XIX, y que se recompone en el XX en "Estado democrático de derecho" se basa en tres principios: 1.- Sólo el Estado es fuente de derecho; no hay otro derecho que el estatal; 2.- A la vez que obliga a todos, el Estado respeta el derecho que se ha dado a sí mismo, evitando toda arbitrariedad; 3.- Ha sido promulgado siguiendo un procedimiento en el que se haya expresado la voluntad de la mayoría.

Christian Gadea Saguier
Publicado el 9/15/2008

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